Paseando por Paris podemos encontrar la iglesia de Saint-Germain-des-Prés en la que, en uno de sus laterales, hay una tumba de gran tamaño con grabados de batallas entre dragones alados y hordas de cosacos. Dicha tumba pertenece a Juan Casimiro, rey de Polonia (de 1648 a 1668). El porqué reposan allí sus restos (más concretamente su corazón) y no en Polonia es muy sencillo: tras un reinado de calamidades en el que tuvo que combatir a la vez a cosacos, turcos, suecos, moscovitas, transilvanos, prusianos y tártaros (hecho que supuso que se conociera a este periodo como “el Diluvio” (1648-1655)) el rey, harto de que la nobleza se le opusiera a todo plan de cambio, decidió abdicar y retirarse al Paris de Luis XIV. Allí murió en 1672.
Si me he decidido hablar de este personaje es debido a que en este 2009 que mañana acaba he estudiado un hecho que le atañe. En 1635 el aun príncipe carecía de riquezas en Polonia, por lo que buscó satisfacer sus ambiciones trabajando para Felipe IV, rey de España (quien se supone que le ofreció el virreinato de Portugal). Sin embargo de camino a la península fue secuestrado por agentes de Francia (con quien, para variar, España estaba en guerra). En París sería encarcelado por orden del Cardenal Richelieu. Toda Europa se revolvió por este hecho. Pero mientras su hermano, el rey, planeaba enviar hordas de cosacos para liberarle, Casimiro vivía en un plácido encierro donde huía repetidamente para conversar como si fuera todo un Romeo con una dama de la corte….
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