viernes, 27 de mayo de 2011

La destrucción de una democracia

Hoy voy a realizar uno de esos ejercicios de presentismo histórico que un historiador (dicen) nunca debe hacer (donde habrá quedado aquello de la prudencia, en fin). Pero es que parece que con el "Movimiento 15 de Mayo" la gente, por fin, ha tomado conciencia y se ha movilizado por cambiar algo, hecho por el que haré una excepción.


La república de Polonia contó, en la edad Moderna, con el sistema más parecido a una democracia de toda Europa. Cierto es que sólo los nobles eran ciudadanos y tenían derechos, y los campesinos/siervos vivían en una condición cercana a la esclavitud (como algún viajero inglés apuntó), pero, dentro del estamento nobiliario, todos contaban con los mismos derechos, incluyendo el de participar activamente en la dieta.

Por otra parte era una igualdad legal, pero no real. Dentro del estamento nobiliario unas pocas familias despuntaban por su riqueza, los “magnates”. Estos contaban con grandes latifundios, miles de siervos y numerosísimos recursos, y creían necesario que la República se dotara de unas formas de gobierno que garantizaran su posición, y de unas leyes que promovieran su enriquecimiento. Deseaban, entre otras muchas cosas, el endurecimiento de las penas contra los siervos huidos, el aumento de las corveas, la exclusión de las ciudades y los no nobles del poder, que se bajaran los impuestos, y que la autoridad de la corona no llegara a sus estados. La pequeña nobleza apenas podía competir económicamente con estos magnates, por lo que, para prosperar, poco a poco fue pasando al amparo y servicio de los magnates, lo que se tradujo en la aparición de unos partidos dentro de la democracia (más bien redes clientelares). Estos pugnaban unicamente por el interés particular de las grandes riquezas del país, y por los beneficios que estos les podían dar, por lo que Polonia se convirtió en un estado débil, donde las condiciones del campesinado eran muy duras, y donde los magnates arrastraban a sus clientelas a enfrentamientos fraticidas. Como se puede suponer, el desgobierno y la anarquía reinó por doquier, haciéndose popular a finales del siglo XVII el dicho “Polonia es una casa de putas”.

Nadie reflexionó hasta el siglo XVIII. Como el sistema beneficiaba a los "partidos", el clientelismo era alimentado y los grandes magnates tenían un sistema afin a su interés, nadie dentro del sistema se planteó en reformarlo, y quien lo hizo fue tildado de tirano. Con un rey carente de poder, una dieta irresoluta y un ejército en miniatura poco se podía hacer frente a los poderosos reyes absolutistas de Rusia, Prusia y Austria. En 1772, estos tres vecinos, rodeados de espíritu ilustrado, decidieron saltarse el legalismo del Antiguo régimen y repartirse una parte de Polonia. Y, sin embargo, incluso ante este desastre muchos polacos no vieron necesidad de cambio. Cuando se empezó a hablar de dar libertad a los siervos y reformar el sistema, una buena parte de la nobleza vio en peligro su posición, e invitó a la zarina de Rusia para que interviniera. En 1791 Polonia desapareció.


Conclusión

Por supuesto todo lo dicho ha sido malévolamente sintetizado. Sin embargo no ha sido mi intención narrar la historia de la I república de Polonia (para ello ya hay libros y la muy digna Wikipedia), sino llamar a la reflexión hacia todo lo que rodea a nuestra democracia actual. La democracia necesita un cambio. Las voces y la situación lo piden.

Pero la única respuesta de los partidos ante el movimiento ha sido difamación y la omisión. Han llamado a los acampados de Sol asociales y mimados, e incluso han hecho que la policía cargue contra ellos. De alguna forma es normal pues, como en la antigua Polonia , la reforma atentaría directamente contra sus intereses particulares: el fin de un sistema de clientelas (en un país con casí 5 millones de paro), el fin de unos privilegios (en un momento en que se recortan sueldos y se retrasa la jubilación) etc… en resumen, un cambio que les obligaría a convertirse en representantes del estado, en funcionarios, y no en agentes del capital y trabajadores de un partido. Lo que tendrían que hacer es, a la postre, preocuparse en tomar medidas para crear una sociedad mejor y gobernarla, y no en crear un marco en que simplemente el capitalismo funcione mejor.

Pero, sin embargo, lo que más me fascina (y al mismo tiempo avergüenza) es el inmovilismo y la cortedad de miras de los partidos. Algo anda mal y sin embargo son tan necios que en ningún momento han hecho amago de reflexión: "ha de cambiar algo para que nada cambie”. Ceder, o incluir alguna de las ideas en sus programas electorales parece haber sido descartado. Hoy, por ejemplo, sólo porras. Y, mientras tanto, siguen como esos nobles polacos, condenando a toda la democracia por su interés particular.

lunes, 16 de mayo de 2011

Henryk Sienkiewicz -La trilogía del Diluvio-

El viernes de la semana pasada empezó (otra vez) la feria del libro viejo de Madrid, una nueva ocasión para encontrar toda una serie de libros descatalogados. Esta vez busco fuentes editadas del XVII, algo difícil, ya que lo poco que hay, es muy caro. La primera vez que estuve en la feria fue por el 2007 o 2008 y de pura casualidad. En aquella ocasión encontré la trilogía del Diluvio (o trilogía polaca) de Henrik Sienkiewicz , una obra que llevaba años buscando.

En 1648, los cosacos de Bohdam Chimielniecki se rebelaron una vez más contra los señores polacos y, al poco tiempo, tártaros, moscovitas, suecos y transilvanos invadieron Polonia. "A sangre y fuego", "el Diluvio", y "Un héroe Polaco" (Pan Wolodyjowski) se desarrollan bajo este tapiz. Henryk Sienkiewizc, hasta hace poco el mayor representante de la literatura polaca moderna, ganó el Nobel en 1905, y cuenta entre sus obras con la célebre Quo Vadis. La trilogía del diluvio, escrita entre 1884 y 1888, narra estas luchas en defensa de "la patria" en los años 1648 y 1669 sirviendo en aquellos años (Primera Guerra Mundial) de inspiración al nacionalismo polaco en su lucha contra la dominación extranjera. Personajes como Zagloba, Miguel Wolodyjowski o Jan Kretuski (nombres traducidos así por la edición de Sopena) fueron ejemplos para por los soldados que morían en el frente, y su sencillo tren de vida, su camaradería, su honestidad y su nobleza fueron identificados entonces como propios del buen polaco.

En el campo de la historia, la obra también ha ejercido una gran influencia: Jeremías Wisniowiecki ha sido muy bien tratado por los historiadores en general gracias a que en "A sangre y Fuego" es el gran campeón polaco. No ha sido hasta tiempos recientes cuando se ha empezado a debatir su papel en aquella guerra. Janusz Radziwill, por otra parte, corre una suerte contraría, y aun hoy se le suele describir como el gran traidor a la patria -que no en Lituania, donde empieza a ser defendido como uno de los padres de la patria-.

Huelga decir que la obra de Sienkiewicz no nació de la nada. Uno de sus grandes éxitos fue captar los valores propios de la nobleza polaca en el Barroco, el sarmatismo. Desde mi punto de vista, esto sólo lo pudo lograr gracias a las memorias de Pasek, un noble que vivió en la segunda mitad del XVII que plasmó en sus diarios todas sus experiencias y opiniones.

La obra de Sienkiewicz daría para cientos de tesis y trabajos (y, de hecho, seguro que existen unas cuantas). Hay quien considera hoy en día que sus novelas se han quedado anticuadas, una opinión que en absoluto comparto. Todo lo contrario, creo que siguen atrayendo a una buena parte del público y un buen ejemplo son las distintas adaptaciones que se han hecho. Cada una de las obras ha sido llevada al cine: el diluvio en 1974 y el caballero polaco en 1969. “A sangre y fuego” fue adaptada en 1998, siendo uno de los mayores éxitos de taquilla en la historia del cine polaco. De hecho, apenas hace un mes salió un videojuego sobre estos libros. Sin duda, un ejemplo de que los clásicos nunca mueren.