
En 1625 Cristian IV de Dinamarca entraba en la guerra de los Treinta Años. En aquellos años iba siempre acompañado de un diario donde un consejero apuntaba minuciosamente dos cosas: por un lado las cuentas que llevaba para pagar a sus soldados y por otra una serie de muescas y garabatos que representaban las cogorzas que se había cogido el rey y el grado de resaca que tenía el día después. Un estudio pormenorizado probablemente demuestre que las resacas debieron ser más que los ingresos, ya que Cristian IV sufrió una tremenda derrota.

Incluso en la época contemporánea el alcohol consiguió abrirse paso entre todas las nuevas drogas y tomar su papel protagonista en la historia. En agosto de 1991 Gorbachov era secuestrado por los generales de la línea dura de la URRSS. Hartos de su perestroika decidieron restaurar la vieja gloria comunista dando un golpe de estado. Lo cierto es que las cosas no salieron a su antojo y al poco de saberse la intentona toda Rusia se levantó. Se trataba de un momento crucial: actuar y llevar adelante el golpe o finiquitar la Unión Soviética y dejar el país en manos de Yeltsin. Sin embargo para entonces uno de los líderes del golpe no contestaba a sus subalternos. Con el tiempo se supo que no hubo falta de valor por su parte, sino que estaba totalmente borracho de vodka (el cual había aderezado con antidepresivos).
Así el acto final de la Guerra Fría no tuvo entre sus protagonistas a las bombas atómicas sino a una buena botella de Vodka ruso…