La república de Polonia contó, en la edad Moderna, con el sistema más parecido a una democracia de toda Europa. Cierto es que sólo los nobles eran ciudadanos y tenían derechos, y los campesinos/siervos vivían en una condición cercana a la esclavitud (como algún viajero inglés apuntó), pero, dentro del estamento nobiliario, todos contaban con los mismos derechos, incluyendo el de participar activamente en la dieta.
Por otra parte era una igualdad legal, pero no real. Dentro del estamento nobiliario unas pocas familias despuntaban por su riqueza, los “magnates”. Estos contaban con grandes latifundios, miles de siervos y numerosísimos recursos, y creían necesario que la República se dotara de unas formas de gobierno que garantizaran su posición, y de unas leyes que promovieran su enriquecimiento. Deseaban, entre otras muchas cosas, el endurecimiento de las penas contra los siervos huidos, el aumento de las corveas, la exclusión de las ciudades y los no nobles del poder, que se bajaran los impuestos, y que la autoridad de la corona no llegara a sus estados. La pequeña nobleza apenas podía competir económicamente con estos magnates, por lo que, para prosperar, poco a poco fue pasando al amparo y servicio de los magnates, lo que se tradujo en la aparición de unos partidos dentro de la democracia (más bien redes clientelares). Estos pugnaban unicamente por el interés particular de las grandes riquezas del país, y por los beneficios que estos les podían dar, por lo que Polonia se convirtió en un estado débil, donde las condiciones del campesinado eran muy duras, y donde los magnates arrastraban a sus clientelas a enfrentamientos fraticidas. Como se puede suponer, el desgobierno y la anarquía reinó por doquier, haciéndose popular a finales del siglo XVII el dicho “Polonia es una casa de putas”.
Nadie reflexionó hasta el siglo XVIII. Como el sistema beneficiaba a los "partidos", el clientelismo era alimentado y los grandes magnates tenían un sistema afin a su interés, nadie dentro del sistema se planteó en reformarlo, y quien lo hizo fue tildado de tirano. Con un rey carente de poder, una dieta irresoluta y un ejército en miniatura poco se podía hacer frente a los poderosos reyes absolutistas de Rusia, Prusia y Austria. En 1772, estos tres vecinos, rodeados de espíritu ilustrado, decidieron saltarse el legalismo del Antiguo régimen y repartirse una parte de Polonia. Y, sin embargo, incluso ante este desastre muchos polacos no vieron necesidad de cambio. Cuando se empezó a hablar de dar libertad a los siervos y reformar el sistema, una buena parte de la nobleza vio en peligro su posición, e invitó a la zarina de Rusia para que interviniera. En 1791 Polonia desapareció.
Conclusión
Por supuesto todo lo dicho ha sido malévolamente sintetizado. Sin embargo no ha sido mi intención narrar la historia de la I república de Polonia (para ello ya hay libros y la muy digna Wikipedia), sino llamar a la reflexión hacia todo lo que rodea a nuestra democracia actual. La democracia necesita un cambio. Las voces y la situación lo piden.
Pero la única respuesta de los partidos ante el movimiento ha sido difamación y la omisión. Han llamado a los acampados de Sol asociales y mimados, e incluso han hecho que la policía cargue contra ellos. De alguna forma es normal pues, como en la antigua Polonia , la reforma atentaría directamente contra sus intereses particulares: el fin de un sistema de clientelas (en un país con casí 5 millones de paro), el fin de unos privilegios (en un momento en que se recortan sueldos y se retrasa la jubilación) etc… en resumen, un cambio que les obligaría a convertirse en representantes del estado, en funcionarios, y no en agentes del capital y trabajadores de un partido. Lo que tendrían que hacer es, a la postre, preocuparse en tomar medidas para crear una sociedad mejor y gobernarla, y no en crear un marco en que simplemente el capitalismo funcione mejor.
Pero, sin embargo, lo que más me fascina (y al mismo tiempo avergüenza) es el inmovilismo y la cortedad de miras de los partidos. Algo anda mal y sin embargo son tan necios que en ningún momento han hecho amago de reflexión: "ha de cambiar algo para que nada cambie”. Ceder, o incluir alguna de las ideas en sus programas electorales parece haber sido descartado. Hoy, por ejemplo, sólo porras. Y, mientras tanto, siguen como esos nobles polacos, condenando a toda la democracia por su interés particular.